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ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

Traducción castellana de la "Editio typica tertia Missalis Romani" (2002)

CAPÍTULO VI

COSAS NECESARIAS PARA LA CELEBRACIÓN DE LA MISA

I. EL PAN Y EL VINO PARA LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA

La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha usado siempre, para celebrar el banquete del Señor, pan y vino mezclado con agua.

El pan para la celebración de la Eucaristía debe ser exclusiva­mente de trigo, confeccionado recientemente y, según una antigua tradi­ción de la Iglesia latina, ázimo.

La naturaleza misma del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico, aunque sea ázimo y hecho de la forma tradicional, se haga de tal modo que el sacerdote, en la Misa celebrada con el pueblo, pueda realmente partirlo en partes diversas y distribuirlas, al menos, a algunos fieles. No se excluyen de ninguna manera las hostias pequeñas, cuando así lo exige el número de los que van a recibir la sagrada Comunión y otras razones pastorales. Pero el gesto de la fracción del pan, que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar sencillamente la Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos.

El vino para la celebración eucarística debe ser «del fruto de la vid» (cf. Lc 22, 18), es decir, vino natural y puro, sin mezcla de sustancias extrañas.

Póngase sumo cuidado en que el pan y el vino destinados a la Eucaristía se conserven en perfecto estado: es decir, que el vino no se avinagre y que el pan no se corrompa ni se endurezca tanto como para que sea difícil luego partirlo.

Si después de la consagración o en el momento de la Comunión el sacerdote cae en la cuenta de que no se había puesto vino en el cáliz, sino agua, dejando ésta en un vaso, pondrá vino y agua en el cáliz, y lo consagrará, diciendo la parte de la narración que corresponde a la con­sagración del cáliz, sin que por eso se considere obligado a repetir la consagración del pan.

II. UTENSILIOS SAGRADOS EN GENERAL

Como para la edificación de las iglesias, así también, para todo su mobiliario, la Iglesia acepta el estilo artístico de cada región y admite todas las adaptaciones que cuadren con el modo de ser y tradiciones de cada pueblo, con tal que todo responda de una manera adecuada al uso sagrado para el que se destinan.'"

También en este campo búsquese con cuidado aquella noble senci­llez que tan bien le cae al arte auténtico.

En la selección de materiales para los utensilios sagrados, se pueden admitir no sólo los tradicionales, sino también otros que, según la mentalidad de nuestro tiempo, se consideran nobles, son duraderos y se acomodan bien al uso sagrado. En este campo será juez la Conferen­cia de los Obispos en cada región (cf. n. 390).

III. LOS VASOS SAGRADOS

Entre las cosas que se requieren para la celebración de la Misa merecen especial honor los vasos sagrados, y, entre éstos, el cáliz y la patena, en los que se ofrecen, consagran y toman el vino y el pan.

Los vasos sagrados se deben confeccionar con metales nobles. Si se fabrican con metales oxidables o bien menos nobles que el oro, se deberán ordinariamente dorar del todo por dentro.

A juicio de la Conferencia de los Obispos, con decisiones reco­nocidas por la Sede Apostólica, pueden confeccionarse también los va­sos sagrados con otros materiales sólidos y considerados nobles, de acuerdo con la común valoración de cada país, por ejemplo, de ébano, o de alguna madera dura, con tal que sean aptos para el uso sagrado. En este caso, se han de preferir siempre materiales que no se rompan fácil­mente ni se corrompan. Esto es válido para todos los vasos destinados a recibir las hostias, como la patena, la píxide, la teca, el ostensorio y otros vasos análogos.

Respecto a la bendición de los vasos sagrados, obsérvense los ritos prescritos en los libros litúrgicos.136

Por lo que respecta a los cálices y demás vasos destinados a contener la Sangre del Señor, tengan la copa de tal material que no absorba los líquidos. El pie, en cambio, puede hacerse de otros materiales sólidos y dignos.

Para el pan que se va a consagrar puede convenientemente usarse una patena más grande, en la que se colocan el pan tanto para el sacerdote y el diácono, como para los demás ministros y fieles.

Por lo que toca a la forma de los vasos sagrados, corresponde al artista confeccionarlos, según el modo que mejor corresponda a las costumbres de cada región, siempre que cada vaso sea adecuado para el uso litúrgico a que se destina y se distinga nítidamente de los que se destinan al uso cotidiano.

Respecto a la bendición de los vasos sagrados, obsérvense los ritos prescritos en los libros litúrgicos. 136

Consérvese la tradición de construir en la sacristía una piscina donde verter el agua de las abluciones de los vasos y lienzos sagrados (cf. n. 280).

IV. LAS VESTIDURAS SAGRADAS

En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan un mismo oficio. Esta diversidad de funciones en la celebración de la Eucaristía se manifiesta exteriormente por la diversidad de las vestiduras sagradas, que, por consiguiente, deben constituir un distintivo propio del oficio que desempeña cada ministro. Por otro lado, estas vestiduras deben contribuir al decoro de la misma acción sagrada. Las vestiduras con que se revisten los sacerdotes y diáconos, así como los ministros laicos, conviene bendecirlas oportunamente, según el Ritual romano antes de ser destinadas al uso litúrgico.137

La vestidura sagrada común para todos los ministros ordenados e instituidos de cualquier grado es el alba, que se ciñe con el cíngulo a la cintura, a no ser que esté hecha de tal modo que se ajuste al cuerpo sin cíngulo. Antes de ponerse el alba, si ésta no cubre totalmente el vestido común alrededor del cuello, empléese el amito. No se puede sustituir el alba por la sobrepelliz ni siquiera sobre el traje talar cuando se ha de revestir la casulla o la dalmática o, a tenor de las normas, sólo la estola sin casulla o sin dalmática.

La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones sagradas que directamente se relacionan con ella, es la casulla, mientras no se diga lo contrario, puesta sobre el alba y la estola.

El vestido propio del diácono es la dalmática, que se pone sobre el alba y la estola: la dalmática, sin embargo, puede omitirse bien por necesidad, bien cuando se trate de un grado menor de solemnidad.

Los acólitos, lectores y los otros ministros laicos pueden vestir alba u otra vestidura legítimamente aprobada por la Conferencia de los Obispos en cada región (cf. n. 390).

La estola la lleva el sacerdote alrededor del cuello y pendiendo ante el pecho; en cambio, el diácono la lleva cruzada, desde el hombro izquierdo, pasando sobre el pecho, hacia el lado derecho del cuerpo, donde se sujeta.

La capa pluvial la lleva el sacerdote en las procesiones y en algunas otras acciones sagradas, según las rúbricas de cada rito particular.

Por lo que toca a la forma de las vestiduras sagradas, las Confe­rencias de los Obispos pueden determinar y proponer a la Sede Apostó­lica las acomodaciones que respondan mejor a las necesidades y cos­tumbres de las diversas regiones.138

Para la confección de las vestiduras sagradas, aparte de los materiales tradicionales, pueden emplearse las fibras naturales propias de cada lugar o algunas fibras artificiales que respondan a la dignidad de la acción sagrada y de la persona. De esto juzgará la Conferencia de los Obispos.138

Conviene que la belleza y nobleza de cada vestidura se busque no en la abundancia de los adornos sobreañadidos, sino en el material que se emplea y en su corte. La ornamentación lleve figuras, imágenes o símbolos que indiquen el uso sagrado, suprimiendo todo lo que a ese uso sagrado no corresponda.

La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aun exteriormente, tanto las característi­cas de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico.

Por lo que toca al color de las vestiduras sagradas, obsérvese el uso tradicional, es decir:

a) El blanco se emplea en los Oficios y Misas del Tiempo Pascual y de Navidad; además, en las celebraciones del Señor que no sean de su Pasión, de la Santísima Virgen, de los Santos Ángeles, de los Santos no mártires, en las solemnidades de Todos los Santos (1 de noviembre) y de san Juan Bautista (24 de junio), y en las fiestas de san Juan Evange­lista (27 de diciembre), de la Cátedra de san Pedro (22 de febrero) y de la Conversión de san Pablo (25 de enero).

El rojo se emplea el domingo de Pasión y el Viernes Santo, el domingo de Pentecostés, en las celebraciones de la Pasión del Señor, en las fiestas natalicias de Apóstoles y Evangelistas y en las celebraciones de los Santos mártires.

El verde se emplea en los Oficios y Misas del tiempo ordinario.

El morado o violeta se emplea en el tiempo de Adviento y de Cuaresma. Puede también usarse en los Oficios y Misas de difuntos.

El negro puede usarse, donde sea tradicional, en las Misas de difuntos.

El rosa puede emplearse, donde sea tradicional, en los domingos Gaudéte (III de Adviento) y Laetáre (IV de Cuaresma).

En los días más solemnes pueden emplearse vestiduras sagradas festivas o más nobles, aunque no correspondan al color del día.

Por lo que respecta a los colores litúrgicos, las Conferencias de los Obispos pueden con todo estudiar y proponer a la Sede Apostólica las adaptaciones que respondan mejor a las necesidades y modos de ser de los pueblos.

347. En las Misas rituales se emplea el color propio, o blanco o festivo: en las Misas por diversas necesidades, el color propio del día o del tiempo, o el color morado, si expresan índole penitencial (por ejemplo, las Misas nn. 31, 33, 38): y en las Misas votivas, el color conveniente a la Misa elegida o el color propio del día o del tiempo.

V. OTRAS COSAS DESTINADAS AL USO DE LA IGLESIA

Además de los vasos sagrados y de las vestiduras sagradas, para los que se determina un material concreto, todas las otras cosas que se destinan o al mismo uso litúrgico140 o de alguna otra manera a la iglesia, distínganse por su dignidad y por su adecuación al fin al que se destinan.

Cuídese de modo particular que los libros litúrgicos -especial­mente el Evangeliario y el Leccionario, destinados a la proclamación de la palabra de Dios y que, en consecuencia, merecen una particular ve­neración-, sean verdaderamente en la acción litúrgica signos y símbolos de realidades sobrenaturales y, por tanto, verdaderamente dignos, no­bles y bellos.

También se ha de cuidar con todo esmero cuanto se relaciona directamente con el altar y con la celebración eucarística, como son, por ejemplo, la cruz del altar y la cruz procesional.

Hágase un serio esfuerzo para que, aun en cosas de menor importancia, se tengan en cuenta las exigencias del arte y queden conjuntadas la noble sencillez con la limpieza.