COSAS NECESARIAS PARA
I. EL PAN Y EL VINO PARA
El pan para la celebración de
La naturaleza misma del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico, aunque sea ázimo y hecho de la forma tradicional, se haga de tal modo que el sacerdote, en
El vino para la celebración eucarística debe ser «del fruto de la vid» (cf. Lc 22, 18), es decir, vino natural y puro, sin mezcla de sustancias extrañas.
Póngase sumo cuidado en que el pan y el vino destinados a
Si después de la consagración o en el momento de
II. UTENSILIOS SAGRADOS EN GENERAL
Como para la edificación de las iglesias, así también, para todo su mobiliario,
También en este campo búsquese con cuidado aquella noble sencillez que tan bien le cae al arte auténtico.
En la selección de materiales para los utensilios sagrados, se pueden admitir no sólo los tradicionales, sino también otros que, según la mentalidad de nuestro tiempo, se consideran nobles, son duraderos y se acomodan bien al uso sagrado. En este campo será juez
Entre las cosas que se requieren para la celebración de
Los vasos sagrados se deben confeccionar con metales nobles. Si se fabrican con metales oxidables o bien menos nobles que el oro, se deberán ordinariamente dorar del todo por dentro.
A juicio de
Respecto a la bendición de los vasos sagrados, obsérvense los ritos prescritos en los libros litúrgicos.136
Por lo que respecta a los cálices y demás vasos destinados a contener
Para el pan que se va a consagrar puede convenientemente usarse una patena más grande, en la que se colocan el pan tanto para el sacerdote y el diácono, como para los demás ministros y fieles.
Por lo que toca a la forma de los vasos sagrados, corresponde al artista confeccionarlos, según el modo que mejor corresponda a las costumbres de cada región, siempre que cada vaso sea adecuado para el uso litúrgico a que se destina y se distinga nítidamente de los que se destinan al uso cotidiano.
Respecto a la bendición de los vasos sagrados, obsérvense los ritos prescritos en los libros litúrgicos. 136
Consérvese la tradición de construir en la sacristía una piscina donde verter el agua de las abluciones de los vasos y lienzos sagrados (cf. n. 280).
IV. LAS VESTIDURAS SAGRADAS
En
La vestidura sagrada común para todos los ministros ordenados e instituidos de cualquier grado es el alba, que se ciñe con el cíngulo a la cintura, a no ser que esté hecha de tal modo que se ajuste al cuerpo sin cíngulo. Antes de ponerse el alba, si ésta no cubre totalmente el vestido común alrededor del cuello, empléese el amito. No se puede sustituir el alba por la sobrepelliz ni siquiera sobre el traje talar cuando se ha de revestir la casulla o la dalmática o, a tenor de las normas, sólo la estola sin casulla o sin dalmática.
La vestidura propia del sacerdote celebrante, en
El vestido propio del diácono es la dalmática, que se pone sobre el alba y la estola: la dalmática, sin embargo, puede omitirse bien por necesidad, bien cuando se trate de un grado menor de solemnidad.
Los acólitos, lectores y los otros ministros laicos pueden vestir alba u otra vestidura legítimamente aprobada por
La estola la lleva el sacerdote alrededor del cuello y pendiendo ante el pecho; en cambio, el diácono la lleva cruzada, desde el hombro izquierdo, pasando sobre el pecho, hacia el lado derecho del cuerpo, donde se sujeta.
La capa pluvial la lleva el sacerdote en las procesiones y en algunas otras acciones sagradas, según las rúbricas de cada rito particular.
Por lo que toca a la forma de las vestiduras sagradas, las Conferencias de los Obispos pueden determinar y proponer a
Para la confección de las vestiduras sagradas, aparte de los materiales tradicionales, pueden emplearse las fibras naturales propias de cada lugar o algunas fibras artificiales que respondan a la dignidad de la acción sagrada y de la persona. De esto juzgará
Conviene que la belleza y nobleza de cada vestidura se busque no en la abundancia de los adornos sobreañadidos, sino en el material que se emplea y en su corte. La ornamentación lleve figuras, imágenes o símbolos que indiquen el uso sagrado, suprimiendo todo lo que a ese uso sagrado no corresponda.
La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aun exteriormente, tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico.
Por lo que toca al color de las vestiduras sagradas, obsérvese el uso tradicional, es decir:
a) El blanco se emplea en los Oficios y Misas del Tiempo Pascual y de Navidad; además, en las celebraciones del Señor que no sean de su Pasión, de
El rojo se emplea el domingo de Pasión y el Viernes Santo, el domingo de Pentecostés, en las celebraciones de
El verde se emplea en los Oficios y Misas del tiempo ordinario.
El morado o violeta se emplea en el tiempo de Adviento y de Cuaresma. Puede también usarse en los Oficios y Misas de difuntos.
El negro puede usarse, donde sea tradicional, en las Misas de difuntos.
El rosa puede emplearse, donde sea tradicional, en los domingos Gaudéte (III de Adviento) y Laetáre (IV de Cuaresma).
En los días más solemnes pueden emplearse vestiduras sagradas festivas o más nobles, aunque no correspondan al color del día.
Por lo que respecta a los colores litúrgicos, las Conferencias de los Obispos pueden con todo estudiar y proponer a
347. En las Misas rituales se emplea el color propio, o blanco o festivo: en las Misas por diversas necesidades, el color propio del día o del tiempo, o el color morado, si expresan índole penitencial (por ejemplo, las Misas nn. 31, 33, 38): y en las Misas votivas, el color conveniente a
Además de los vasos sagrados y de las vestiduras sagradas, para los que se determina un material concreto, todas las otras cosas que se destinan o al mismo uso litúrgico140 o de alguna otra manera a la iglesia, distínganse por su dignidad y por su adecuación al fin al que se destinan.
Cuídese de modo particular que los libros litúrgicos -especialmente el Evangeliario y el Leccionario, destinados a la proclamación de la palabra de Dios y que, en consecuencia, merecen una particular veneración-, sean verdaderamente en la acción litúrgica signos y símbolos de realidades sobrenaturales y, por tanto, verdaderamente dignos, nobles y bellos.
También se ha de cuidar con todo esmero cuanto se relaciona directamente con el altar y con la celebración eucarística, como son, por ejemplo, la cruz del altar y la cruz procesional.